Anécdota, cierta, sin exageraciones, contada por el autor del
desacierto, mi viejo:
Estaba en una reunión,
conversando con un conocido y de pronto veo a una veterana entrar al salón,
toda pintarrajeada, vestida como de veinte años, entonces le llamo la atención
al tipo y le digo: “mirá ese esperpento”. El tipo mira y me dice: “es mi
mujer”. Yo pensé: “Tragame tierra” , y qué iba a hacer… le dije: “Esa no, la
otra”.
Gracioso.
Sí.
A continuación del recuerdo
venía el reconocimiento de lo ridículo que había estado. Ridiculez que sucedía
al insensato comentario.
Claro, mi viejo no estaba
ejerciendo un cargo de presidente de un país oriental para los que están más al
oeste, aunque por el amor que sentía por ese pueblo, le hubiera gustado... ser
oriental, no ridículo, no insensato.
Lo peor, es que, además de ser
insensato al momento de decir ciertas cosas y ridículo al momento de intentar
justificarlas, este, que sí es presidente de un oriental país para los que
estamos más al oeste, nos toma a todos por tarados, y nos dice: "Yo estaba hablando de Lula y de Brasil. Públicamente
nunca hablé de Argentina”.
Digo,
hay que ser insensato, hay que ser ridículo, hay que ser desubicado, además de
traicionar o falsear los afectos que públicamente se intentan demostrar.
Perdón…
orientales, occidentales, cristianos, conversos y sin versos…no se ofendan… yo
estaba hablando de mi viejo…